FR. ANDRÉS DE URDANETA Y EL SANTO NIÑO DE CEBÚ

Un líder para todas las estaciones

A la llegada de los agustinos a Filipinas, el Santo  Niño les esperaba. El viejo amigo ya de los nativos, fue quien les introdujo entre ellos y les hizo de guía. En compensación, la primera iglesia cristiana de Filipinas fue la dedicada a Él. La ciudad de Cebú es denominada “Villa del Santísimo Nombre”. Los agustinos, primeros misioneros de las islas, se pusieron desde un principio bajo la protección del Nombre de Jesús. La conversión al cristianismo de los nativos, el desarrollo de una nueva cultura nacional, el nacimiento de una provincia misionera, todo ello, surgió bajo sus auspicios.

Él fue compañero de viaje de los agustinos por los mil caminos de Emaús del archipiélago filipino. Por mar y por tierra, en llanuras y montañas, entre mestizos y

aborígenes, en Cebú, Panay, Negros, Luzón,… la compañía del Santo Niño fue siempre luz, aliento y fuerza en la tarea evangelizadora. En cada una de las 187 iglesias y conventos construidos por los agustinos, encontrará su casa. En cada uno de los 271 pueblos fundados tendrá su reino. Cada una de las 272 parroquias administradas será su templo. Y en cada corazón filipino, desde los rincones de las montañas de Luzón hasta las playas de Mindanao, tendrá un trono.

A lo largo de la historia, en las distintas partes del mundo, ha sido para los agustinos permanente invitación a la Navidad y a la vida. Invitación a nacer día a día. Invitación a dar vida a nuevas experiencias evangelizadoras.

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