SANTO NIÑO DE CEBÚ

La imagen del Sto. Niño de Cebú está estrechamente vinculada tanto a la figura de Fr. Andrés de Urdaneta como a  todos los que han seguido “la ruta que abrió Urdaneta”, como agustinos de la Provincia del Stmo. Nombre de Jesús de Filipinas, convirtiéndose en un símbolo misionero perenne. Ese Santo Niño les ha precedido y acompañado en la misión.

Llegada de la imagen a Filipinas

La imagen del Sto. Niño fue llevada a Filipinas por Magallanes en 1521. El almirante la dará a la “Reina Juana” de  la isla de Cebú después de que se bautizase. El cronista de la expedición Antonio Pigafetta, nos narra así el hecho:

..después, el sacerdote y algunos otros nos fuimos a tierra, para bautizar a la reina, que se presentó con 40 damas. La condujeron encima del estrado haciéndola sentarse sobre una almohada… El sacerdote le mostró la imagen de Nuestra Señora y un Niño de madera bellísimo y una cruz, lo que la emocionó mucho…Llorando pidió el bautismo. Se le impuso el nombre de Juana, como la madre del emperador (Carlos V)… Se bautizaron 800 almas entre hombres, mujeres y niños…”

                  “La reina pidió al niño para colocarlo en sustitución de sus ídolos. Sabiendo el capitán (Magallanes) que el Niño le gustaba mucho a la reina, se lo regaló y le dijo que lo colocase en sustitución de sus ídolos, porque era en memoria del Hijo de Dios. Dándole las gracias lo aceptó de muy buena gana”

44 años – desde 1521 hasta 1565-, separan la llegada del Santo Niño en la expedición de Magallanes y la llegada de Urdaneta y los primeros agustinos. 44 años de ventaja en los que el Santo Niño fue trabajando en el corazón de los nativos.

Desde ese momento, los filipinos, todavía no cristianos, estaban ya orientados hacia esta imagen. El Santo Niño es, en palabras de Nick Joaquín – uno de los mayores escritores filipinos contemporáneos-, “el último y más grande de nuestros dioses paganos”. El Santo Niño, símbolo cristiano, se convirtió en ídolo pagano, para transformarse de nuevo en el Dios cristiano y arrastrar a esa fe a todo un pueblo. Quienes eran paganos, adoraban un Dios cristiano.

Durante 44 años el “Dios extranjero” permaneció sin más apoyo que Él mismo. Permaneció y sobrevivió. Magallanes fue asesinado. Los españoles huyeron. Sólo Él se quedó. Este niño Dios, pequeño e indefenso a los ojos de los filipinos, había sido impotente para defender al hombre blanco en la batalla. ¿Cómo puede ser poderoso un Dios niño? La leyenda cuenta que hubo intentos de destruir el Santo Niño, quemarlo y reducirlo a cenizas. Y el Santo Niño sobrevivió a todos los intentos de destrucción. Este acontecimiento marcará para siempre la historia de Filipinas.

Hallazgo de la imagen en 1565

La expedición de Legazpi-Urdaneta de 1565 encontrará esta venerada imagen 44 años después. La historia del hallazgo viene así descrita por el cronista”:

 “ En la isla de Cebú de Filipinas, del poder de su Majestad, a 16 del mes de mayo de 1565, el muy ilustre señor Miguel López de Legazpi…, dijo que el día que los españoles entraron en esta dicha isla y pueblo de Cebú, el 28 de abril de este presente año,…en una de las casas de las más pobres moradas donde entró Juan de Camúz, halló una imagen del Niño Jesús…, y luego que la hubo hallado, llevándola en las manos con su capa para enseñarla, topó con Mateo Saz que se la quitó y llevó a mostrar a dicho señor general, el cual con gran veneración y solemne procesión la mandó traer y meter en la iglesia que ahora se tiene en prestado, e hicieron voto y promesa él, y los religiosos de la Orden del Señor San Agustín, y los capitanes y otros oficiales de campo, que todos los años, tal día como fue hallada la dicha imagen, se hiciese y celebrase una fiesta e invocación del nombre de Jesús…, y para que perpetuamente quede memoria de lo dicho y cómo dicha imagen fue hallada en esta tierra de infieles, el señor Gobernador mandó hacer la información de testigos siguiente….

Lo firmo de su nombre….Miguel López, ante mí escribano de Gobernación, Fernando Riquel”

Una original pintura que se encuentra en el manuscrito  del P. Agustín María de Castro “Osario venerable”, escrita en 1770, nos muestra al Sto. Niño de Cebú sobre un altar, siendo venerado, a un lado, por Urdaneta y sus hermanos agustinos y más arriba unos nativos filipinos; al otro lado, por Legazpi y sus soldados

La imagen original la conservan desde 1565 los agustinos en la Basílica del Sto. Niño de Cebú y se ha convertido en la más popular de todo el Archipiélago Filipino.

Fr. Andrés de Urdaneta y los agustinos españoles que llegaron a Filipinas en 1565 se pusieron bajo su advocación y lo escogieron como patrono, llamándose “Provincia Agustiniana del Stmo. Nombre de Jesús de Filipinas”.

De Valladolid al mundo

Quien de España salió a España ha vuelto. Ya en los planos del Real Colegio de Valladolid – que firmara en esta ciudad Ventura Rodríguez en 1760-, aparece la figura del Santo Niño presidiendo la fachada. En ella puede verse hoy una estatua, obra del escultor Pedro Verdugo, realizada en el primer cuarto del siglo XX. Desde esa altura otea el horizonte como vigía de navío para poder gritar: “¡Tierra! ¡Tierra!”, indicando nuevos campos de misión.

Desde la altura, es el símbolo de lo duro y laborioso de la vida misionera. Allí se deja azotar por los vientos fríos del norte. En su pedestal aguanta inamovible las duras heladas de invierno y los abrasadores calores estivales. Pacientemente, deja que sobre él se posen golondrinas, palomas y cigüeñas.

Al amanecer ve salir el sol. Recoge el saludo que el astro diurno – después de dar la vuelta al mundo-, le trae desde América, Filipinas, China, India, África…Al atardecer, con el sol que se va, une su oración a la de toda la comunidad agustiniana por todos aquellos que trabajan por el evangelio al otro lado del Atlántico, del Pacífico, del Índico y el Mediterráneo,… Y vuelta a empezar.

Día a día, desde allí, quiere “escaparse de casa” y volver al templo, y a la montaña, y a los caminos y a las redes… Desde allí sueña perderse en el templo con los doctores, hacerse niño con los niños, predicar en la montaña, en la sinagoga, o en la barca, reunirse con los amigos de Emaús al atardecer, pescar en el lago bajo la luz de la luna. Sueña ir por los caminos, dando luz a los ciegos, pan a los hambrientos, verdad a los inquietos, camino a los descarriados, vida a los muertos. Desde allí sueña e invita: “Id por todo el mundo”.

El Dios que duerme

En la Iglesia de Valladolid es oración. En el Museo Oriental es, emoción estética por un lado y, por otro, evocación, recuerdo y estímulo misioneros. Todos recordamos con cariño y nostalgia el Santo Niño de plata que presidía antiguamente las veladas navideñas. Todos hemos rezado alguna vez al “Niño perdido en el templo”, que nos miraba sonriente desde lo alto de la hornacina del altar mayor.

Hoy los podemos ver cara a cara en el Museo y hablarles de tú a tú. Y, más que hablarles, escuchar las muchas historias misioneras que estos niños centenarios tienen que contarnos.

Como símbolo evangelizador y misionero es presentado por el guía de turno a los miles de turistas que pasan. ¡Quién sabe si también desde una vitrina de cristal el Santo Niño no infundirá la ilusión misionera a algún corazón inquieto!.

El Santo Niño con cetro y corona se transforma también en el Museo Oriental en el “Dios que duerme”, en una imagen actualmente en el depósito. En el sueño invita a la total confianza en el Padre; a dejar nuestras vidas y tareas en sus manos. Como un día a los apóstoles aterrorizados sobre la barca, en medio de la tempestad, Él también grita hoy : ”Hombres de poca fe, ¿por qué teméis?”. “Ego dormio, cor meum vigilat”.

En el nombre de Jesús

El Santo Niño se llama Jesús. Es el Dios que salva. Es el Dios salvado a sí mismo de la destrucción. Se salvó de las iras de los aborígenes filipinos ante el “Dios extranjero”. Se salvó de ser encasillado en un ídolo más entre los muchos anitos filipinos.

Él ha sido el Salvador, Jesús, en la historia secular de la Provincia de Filipinas; En Oriente y Occidente; en épocas de monarquías y de repúblicas, en tiempos de desamortizaciones y de nacional-catolicismo; en la tranquilidad económica y en las bancarrotas; en la fecundidad y en la crisis vocacional.

No podían nuestros antepasados haber puesto la Provincia bajo mejor tutela. Él es la mejor garantía de nuestras vidas, tareas y sueños. Se hace en nuestros colegios, amigo y compañero de juego de nuestros alumnos, maestro de los profesores. Es en nuestras parroquias, el Dios cercano que bendice, el amigo que escucha las plegarias, el rey coronado que tiene el poder de salvar. En nuestras misiones, es el peregrino que ha transformado su cetro en bastón, que sabe subir al monte y caminar sobre las aguas. Va al lado de cada misionero por los caminos más dispares. En los seminarios es alumno en la escuela del Padre, y maestro a la vez. Es estímulo a crecer “en edad, sabiduría y gracia delante de Dios y de los hombres”. Es, en todas partes, el Dios que tiene en su mano el mundo, sobre el que ha surgido victoriosa la cruz. Exhorta a la esperanza recordándonos que un día dijo: “Yo estaré siempre con vosotros”.

El Santo Niño de Cebú , – encontrado en el viaje de Urdaneta a Filipinas en 1565-, es el símbolo de una Provincia Agustiniana que, con una historia misionera gloriosa y multisecular, sabe renacer cada generación. Sabe hacerse pequeña para de nuevo ser grande. Sabe que, bajo el Nombre de Jesús, desesperación y derrotismo no nos serán nunca permitidos.

SIERRA DE LA CALLE, Blas, OSA. Diáspora, Nº 29, pgs. 16-19. 2007-2008.

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